CINE BÉLICO: “STALINGRADO” (1993)
En esta entrada nos desplazamos hasta Stalingrado, ciudad bañada por las aguas del Volga, para sumergirnos en una de las batallas más encarnizadas de la Segunda Guerra Mundial y, también, de la historia de la humanidad.
Stalingrado, hoy conocida como Volgogrado, solamente con pronunciar el nombre de la urbe produce escalofríos tanto a expertos en historia del siglo XX como a los menos duchos. ¿Por qué? Tal vez sea porque en esta batalla, que se prolongó desde finales de un caluroso Agosto de 1942 hasta comienzos de un gélido Febrero de 1943, se atestiguaron los mayores horrores que un ser humano pueda imaginar.
Allí, en Stalingrado, se combatió de un modo encarnizado entre las tropas alemanas, reunidas en su VI Ejército (junto con sus aliados italianos y rumanos, entre otros), y los infantes del Ejército Rojo, donde destacó con luz propia el 62ª Ejército. Lucharon en las calles, plazas y avenidas, desfiguradas por los constantes bombardeos y que pronto se convirtieron en montones de escombros y bosques de chimeneas, pero también en el subsuelo de la ciudad y sus alcantarillas, así como en la periferia de la misma y en los aeródromos que servían de bases logísticas para los germanos.
La conocida Blitzkrieg (“Guerra relámpago”) alemana, tan exitosa en europa occidental durante los años previos a la batalla de Stalingrado, se reveló como inefectiva en Stalingrado. Los blindados no podían operar con la facilidad que brindaba la lucha a campo abierto, los Panzers alemanes se vieron atascados en el mar de escombros y fueron aniquilados sin piedad por un enconado enemigo que se negaba a capitular.
La lucha callejera, como nos muestran las imágenes tomadas en la época, presentan a hombres que se deslizan entre las ruinas de edificios machacados por la artillería, otros se parapetan tras muros agujereados por las balas y la metralla o se ocultan entre los vestigios de lo que antes eran fábricas. Pero también podemos descubrir valerosas mujeres en el bando soviético que, en las trincheras y socavones practicados en el terreno, empuñaron las armas para repeler al invasor o, incluso, osaron pilotar vetustos aeroplanos para sembrar la confusión tras las líneas enemigas a base de bombardeos furtivos en plena noche (eran las conocidas Nachthexen o “Brujas de la Noche”).
Al final de la batalla en Stalingrado, con el Ejército Rojo como pírrico vencedor, alrededor de dos millones de seres humanos se vieron afectados de un modo u otro. Civiles y militares perecieron en la urbe bautizada en honor al dictador soviético Stalin. Cientos de miles de muertos, heridos y desaparecidos engrosaron unas listas de bajas que, en la actualidad, son prueba palpable de lo que puede llegar a suponer la sinrazón humana.
“Stalingrado” es una de esas obras del cine bélico que ocupan un lugar de honor en la filmoteca de todo aficionado al género. En los primeros minutos del metraje, su director, Joseph Vilsmaier, nos muestra a un elenco de personajes variopintos, como los que existen en cualquier ejército. Desde oficiales escrupulosos cumplidores del reglamento castrense hasta soldados “buscavidas”, todos con un pasado y un porvenir más allá de la guerra. Es este uno de los puntos más destacados de la película: la personalidad muy marcada de cada uno de los protagonistas, e incluso de algunos roles secundarios, tanto germanos como rusos.
En la secuencia inicial, digna de mención, donde los protagonistas asisten a una ceremonia de entrega de condecoraciones, precedida por unos minutos de asueto de sus protagonistas en una playa italiana, es toda una declaración de intenciones. En ella, algunos hombres reciben sus recompensas tras participar en acciones arriesgadas como unidad de asalto durante las semanas previas. Pero, pronto, la calma en retaguardia se desvanece ante sus ojos: deben partir hacia Stalingrado.
Un plano posterior nos muestra a los soldados a bordo de un tren de mercancías, agolpados dentro de un vagón (nada de lujos), desde el que aprecian la hermosura de los amplios terrenos de cultivo mediterráneos para, después, a través de sus ojos, el espectador será partícipe, junto con ellos, de la inmensidad de la estepa rusa. La guerra, de nuevo, golpea a los personajes con estampas dantescas, repletas de miseria, como la llegada a una de las estaciones de ferrocarril de Stalingrado, donde, de nuevo, los horrores se manifiestan en su máxima crudeza.
En esta cinta no falta de nada. Hay cabida para el drama, la reflexión e incluso para el humor. Y, por supuesto, existe acción por doquier; desde los asaltos alemanes a las fábricas rusas hasta la “Rattenkrieg” (lucha de ratas) en las alcantarillas. Pero también la presencia de unidades disciplinarias, donde varios de los protagonistas se ven obligados a combatir por sus vidas; llegan a repeler un asalto soviético con carros de combate e infantería donde tienen lugar las escenas más salvajes y violentas de la película. Sin lugar a dudas, el director no quiso dejar de lado la crudeza de lo acontecido en Stalingrado.
En la recta final de esta obra de culto del género bélico se puede apreciar otra lucha bien distinta, la pugna por la supervivencia que mantienen los propios protagonistas una vez caen en la cuenta de la trampa mortal en la que se hallan atrapados. Los rusos, a mediados de Noviembre de 1942, cercaron la ciudad y, sistemáticamente, redujeron todos y cada uno de los focos de resistencia en una lucha brutal y primitiva. A lo largo de los últimos fotogramas podemos contemplar el resultado de lo que fue la batalla de Stalingrado: millares de soldados muertos, esparcidos sobre la nieve y las ruinas, e interminables columnas de prisioneros que, como una fantasmagórica procesión de miseria, se dirigían a paso lento hacia los temibles campos de prisioneros soviéticos.
“Stalingrado” es, sin duda, un hito más que reseñable dentro del género bélico, por su crudeza, por su realismo, pero, sobre todo, por su rigor histórico a la hora de abordar una de las batallas más salvajes que se recogen en los libros de historia.
Puntos destacados: es cine europeo, prima el rigor histórico, la puesta en escena y la calidad de las interpretaciones. A lo largo de las dos horas que dura el filme, no obstante, a pesar de contar con mucha, e incluso desear que el equipo técnico hubiese rodado más secuencias de acción, el espectador llega a quedarse con ganas de más metraje.
Puntos desfavorables: se echa de menos no ver en la cinta algunos episodios ocurridos durante la batalla, como el asalto a la casa Pavlov, el silo de grano o la pugna por el embarcadero principal de la ciudad. Resulta comprensible al fin y al cabo, y, para los más exigentes, al menos, en algunos de los diálogos, se mencionan sucesos que tienen lugar en paralelo a las líneas argumentales que siguen los protagonistas a lo largo de “Stalingrado”.
Valoración final: 9 / 10.
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